Maruja Mallo: una de las mejores y más plagiadas pintoras españolas de todos los tiempos

Una gallega muy internacional con una biografía apasionante. La rescatamos con la excusa de la exposición que puede verse en la Galería Guillermo de Osma hasta el 10 noviembre

Portada del catálogo de la galería Guillermo de Osma.

Cuentan sus allegados que Maruja Mallo tenía en la mesilla de noche una foto de Andy Warhol. Pero no por mitomanía: Mallo conocía a Warhol, a Nelson Rockefeller y a otros muchos de los que en los años sesenta y setenta pilotaban el bullicio sociocultural en Nueva York. Nada nuevo para la artista, que se había codeado con Luis Buñuel, Federico García Lorca o Salvador Dalí en España y con Joan Miró, Max Ernst o René Magritte en París, y que era el rostro femenino más reconocible de la generación del 27.

“Maruja Mallo es la pintora española más importante del siglo XX. De hecho, podíamos incluso quitar lo de ‘española’ y decir que es una de las pintoras más importantes del siglo XX”, afirma el galerista Guillermo de Osma, amigo personal de la artista que prepara una gigantesca retrospectiva con un objetivo claro: “Su re-reivindicación ”. La muestra puede verse en Madrid hasta el próximo 10 de noviembre .

Para el neófito, Maruja Mallo nació en Viveiro, un pueblecito de Lugo, en 1902, y fue bautizada con el nombre de Ana María Gómez González. Para los amantes del arte, Mallo, fallecida en Madrid en 1995, es la más reconocible de las artistas de una vanguardia, la de la generación del 27, que trascendió la rampante situación de la mujer a principios del siglo pasado. Por entonces, en España estaba mal visto incluso que las féminas pudieran estudiar, especialmente si eso implicaba entrar en el universo de las artes plásticas.

“Mire, señora, le voy a ser franco, el primer año suspendo siempre a las señoritas, para ver si no siguen; pero si insisten, las apruebo”, le decía José Garnelo, profesor de Dibujo de la Academia de San Fernando (donde estudió Mallo) , a una candidata a entrar en la institución. La anécdota, contada por María Alejandra Zanetta, escritora y especialista en la obra de Mallo, en un espléndido ensayo sobre la pintora, ilustra con claridad las barreras que superó ** la gallega** para llegar a la cima.

Pero Mallo, como toda figura original que alcanza la cumbre en el cotizado mercado del arte, ha estado acompañada también por la sombra de las copias. “Maruja tiene la obra que tiene, no hay más. Claro que nos encantaría que hubiera pintado 300 cuadros, pero no lo hizo”, dice Osma, para quien el perfeccionismo de la pintora es tanto el puntal de su arte como la pesadilla de sus falsificadores.

“Existe esa absurda leyenda de que Maruja Mallo tenía cuadros A y cuadros B. Los primeros, para ganar reputación; los segundos, para ganar dinero. Es falso. De hecho, solo hay que echar un ojo a los ** bocetos** que hacía para preparar sus obras y el nivel de detalle que hay en ellas”, aclara.

Sin embargo, eso no ha impedido el surgimiento de un incipiente circuito gallego del fake por el que se mueven un buen número de cuadros de Mallo que —obviamente— no son de Mallo. Paradójicamente, el primer trabajo serio que puso negro sobre blanco ese problema, una ** tesis doctoral obra** de una estudiante de Historia del Arte, ha desaparecido de la escena.

“Hemos intentado dar con ella por activa y por pasiva, pero tanto la persona como su tesis parecen haberse esfumado”, cuenta Osma, extrañado.“El tema de la obra falsa es algo bastante limitado al territorio gallego, aunque a veces se mueve algún cuadro en España o Europa, o incluso en Estados Unidos, pero solo adquiere relevancia en Galicia”, añade Osma, el ** mayor experto mundial** en la obra de Maruja Mallo.

Para Antonio Gómez Conde, sobrino de la artista que convivió 30 años con ella, el asunto no es baladí: “Es verdad que si uno lo mira por el lado positivo puede pensar aquello de que la admiración es la mejor forma de adulación, pero lo cierto es que hay muchas personas que adquieren obras falsas pensando que están comprando un cuadro de Maruja Mallo, y eso es bastante trágico ”. Osma matiza que el lado cómico de esta situación es también dramático:

“Hay dos clases de falsificaciones. Las primeras son las que tratan de imitar la obra de Maruja y que son muy reconocibles porque es difícil o casi imposible imitar su estilo. La otra clase, bastante surrealista, es la del señor que pinta cualquier cosa y ** firma como Maruja Mallo** —dice sonriendo—. ¿Que cómo puede alguien tragarse eso? Pues de la misma manera que te timan con el tocomocho: con la idea de que puedes llevarte un pedazo de la historia del arte por un precio risible”.

Después de una larga pausa, Osma añade: “Hay una parte que provoca rubor y otra que provoca risas, pero no olvidemos que se está degradando la obra de una artista y eso no tiene nada de divertido”. Por eso, su ** galería** está elaborando también un catálogo razonado de la obra de Mallo que ayudará a clarificar qué es copia y que no.

La sombra de otro gallego, José Carlos Bergantiños Díaz, cuya red de falsificaciones arrastró en su caída a la galería de arte más antigua de Nueva York en 2011, aparece también detrás de la proliferación de las obras de Mallo. Bergantiños, que concedió a Vanity Fair su única entrevista, ha sido detenido en diversas ocasiones (la última en 2013) y su extradición, como autor de la mayor trama de falsificación de la historia moderna del arte, fue solicitada, sin éxito, por Estados Unidos. En España, aún está pendiente de juicio por varias de las falsificaciones que vendió en Nueva York, aunque ** ninguna referida** con obras de Mallo.

A finales de los años noventa, sin embargo, su nombre apareció relacionado con la confiscación de siete cuadros supuestamente falsos de la pintora gallega. “Bergantiños estaba siendo investigado hasta por la Interpol, por muchas otras ** operaciones dudosas** y su nombre siempre aparece cuando hablamos de este mercado de obra falsa de Maruja Mallo”, afirma Gómez Conde.

“Nuestra gran fortuna —dice Osma— es que Mallo tiene una técnica muy compleja. Es como si alguien quisiera imitar un Mondrian y se pusiera a pintar cuadraditos”. Ambos, Gómez Conde y Osma, siguen muy de cerca las subastas para identificar posibles estafas, conscientes de que Mallo sigue siendo objeto del deseo de muchos coleccionistas y que no todos poseen el olfato o los conocimientos para autentificar un cuadro. “A mí —de momento— nunca han logrado engañarme. Gracias a Dios ”, remarca Osma. En marzo de 2002, un juzgado archivó la causa contra Bergantiños por las supuestas falsificaciones de las obras de Mallo.

La Persona y el Personaje

Orden y creación: óleos, bocetos, dibujos y su archivo, la exposición que puede verse en la Galería Guillermo de Osma entre el 17 de septiembre y el 10 noviembre de 2017, es la mirada ** más ambiciosa** sobre la artista. La muestra reúne por primera vez material inédito tratado con guante de seda y restaurado para la ocasión.

“No tenemos todo, pero tenemos mucho”, cuentan los comisarios. El esfuerzo, en marcha desde 2002, reúne trabajos de todas las épocas, desde la ** Escuela de Vallecas** hasta algunas de las series de óleos que han sido cedidas por coleccionistas y museos de todo el mundo.

El prestigio de Maruja Mallo empezó a forjarse a principios del siglo pasado. En 1922, con 20 años, su entrada en la mencionada Academia de Bellas Artes de San Fernando marcó el inicio de la búsqueda de una identidad sólida, casi rotunda: “Maruja se imbuye de su formación académica pero al mismo tiempo se inventa a ella misma, y no hablo de ‘inventarse’ en términos de marketing, sino de cómo ella descubre su propio camino. Pero, insisto, está clarísimo que posee una gran formación académica y que eso es muy importante para entenderla en su búsqueda de la buena pintura, o de lo que ella consideraba buena pintura, que no tenía nada que ver con lo que otros consideraban bueno”, explica Osma.

En 1928, ya fuera de San Fernando, Mallo realizó el más popular (por utilizar un término sonoro) de sus empeños en España, de la mano de Ortega y Gasset y su Revista de Occidente: 10 óleos enmarcados en la línea del realismo mágico, en los que aparecían el toro, el sol, los deportes y el cine. Ella misma lo recordaba, casi 50 años después, para el diario El País, en 1977:

“La exposición fue patrocinada por Ortega. El día de la inauguración conocí lo más selecto de España. Expuse 10 cuadros y 30 estampas. Lo que más me sorprende en esos momentos está presente: la calle, lo popular, reyes, ejército, clero, toreros, manolas, burgueses, soldados y menegildas. Las fiestas son la afirmación vital del pueblo, que hace parodias del orden celeste y de las jerarquías demoníacas”.

Pero la complejidad del trabajo de Mallo empezó a ponerse realmente de manifiesto en su exposición de 1932 en París. La pintora había llegado a la capital de Francia con una ** beca de estudios** que le permitía pasar un año allí. Hasta ese momento la gallega había demostrado gran interés (y habilidad) en el terreno de la escenografía y su talento en ese ámbito pronto llegó a oídos de algunos de los artistas franceses que reinaban entonces en un París ruidoso y caótico.

El primero que se fijó en Mallo fue el escritor, poeta y ensayista André Breton, quien se enamoró del trabajo de la pintora y adquirió su cuadro Espantapájaros, una obra de 1929. A través del padre del surrealismo, Mallo entró de lleno en el paisaje artístico de la capital y empezó a frecuentar a Benjamin Péret, Pablo Picasso o Joan Miró, entre muchos otros.

En esa época nació también la obsesión de la artista por la obra de Luca Paccioli, un hombre a la postre fundamental para entender la carrera de la de Lugo. Paccioli, un matemático milanés del siglo XVI, había revolucionado el mundo de la ciencia (y arrastrado al del arte) con su De divina proportione. El libro, un tratado que en su primera parte examinaba desde el punto de vista de la matemática el legado de los pintores del quattrocento, ** fascinó** profundamente a la pintora.

París marcó un punto de inflexión para la artista en más de un sentido. Por un lado, se vio expuesta a toda clase de corrientes e influencias pictóricas. Por el otro, cultivó una cierta ambigüedad, como persona y como personaje, que nadie ha resumido mejor que su biógrafa, Shirley Mangini, en este párrafo:

“Maruja Mallo solía vestirse al estilo moderno, con falda corta (como muchas de las mujeres que pinta) o con pantalones; llevaba el pelo corto, al estilo paje o à la garçonne. Le gustaba pintarse de manera extravagante hasta el punto de que el maquillaje acabó convirtiéndose en su sello personal y lo fue exagerando a medida que se hacía mayor”.

En los años de Madrid, tan pronto parecía un marimacho como una mujer seductora. Y si a menudo su estilo era transgresor, en ocasiones se vestía como una señora. A veces era una mujer llamativa que mantenía relaciones románticas con uno o dos chicos a un tiempo y otras se consideraba un chico vanguardista más. Su habilidad para ** confundir a sus compañeros** con su conducta ambivalente le permitía subvertir el orden patriarcal, diluir las fronteras entre los sexos en el trato con sus amigos y taladrar la coraza protectora del núcleo patriarcal”.

La ensayista María Alejandra Zanetta apunta que esta actitud ambigua, que algunos reprocharon a la artista en su momento, no tiene nada que ver con “una actitud antifeminista, sino que pretendía lograr la reivindicación de la mujer utilizando una estrategia práctica y realista”. Mallo encabezó, por ejemplo, la revolución de los sombreros, cuando un buen puñado de féminas decidió salir de casa a diario sin el tocado de costumbre en la cabeza. Una anécdota que pone de relieve las ganas de no permanecer callada de la gallega universal.

Con el estallido de la Guerra Civil, Mallo decidió exiliarse a Buenos Aires, donde llegó en olor de multitudes. “No sonaron tambores, pero casi”, dice Osma. En Argentina, la artista inició una apertura total, confirmando su personalidad, sin prejuicios, acoplando a su universo un sinfín de nuevos estímulos sin abandonar su núcleo conceptual y concluyendo el camino iniciado en Francia. “Su exigencia consigo misma es extraordinaria. Una de las cosas que destacan de Maruja es esa capacidad para seguir siendo la misma pintora magnífica desde el principio hasta el final. ** ¡Pintó 60 años!** —explica Osma—. Ella mantuvo siempre un tono altísimo y eso está solo al alcance de los grandes”, añade.

Al mismo tiempo, la gallega comenzó a escribir de un modo casi febril, sobre Cervantes, Calderón o el mismo Ortega y Gasset. E inició diversas relaciones epistolares en las que se intuye a una mujer capaz de flotar en la melancolía, cínica en ocasiones, con un carácter explosivo, aunque siempre cariñosa con los suyos. Sus cartas, como sus textos, muestran a la mujer que nunca renunció a una vida convulsa, a sabiendas de que se movía en un universo lleno de muros que parecían infranqueables. “Maruja tenía una gran opinión de sí misma, por decirlo de alguna manera, y ese es un detalle que tampoco debemos olvidar”, remarca el galerista Guillermo de Osma.

Curiosamente, Argentina escenifica el renacimiento y la muerte artística de Mallo. Allí empezó con su preciosa serie Marina, seguida de la serie Terrestre y de la de Las Máscaras. La pintora exhibió una bulliciosa vida social y cultural hasta 1945. Ese año, sin embargo, empezó a perder el aura que la había caracterizado (quién sabe si por la melancolía, la famosa morriña de sentirse lejos del hogar) y así siguió, llevando una vida más monacal que pública, con notorias escapadas a los Estados Unidos, hasta que en 1964 regresó a Madrid.

Juan Pérez de Ayala, el otro comisario de la muestra junto con Osma, mantiene que la artista no es la desconocida que se podría suponer, a pesar de su condición de mujer en una época tan compleja: “No es una desconocida, tiene una vida interesante, es progresista y muy avanzada a su época, la luz de una generación fundamental en el arte de nuestro país”.

Republicana hasta la médula, su amor por la mujer, su delicadeza al hablar de sus amigas, de sus aliadas, puede respirarse en muchas de sus obras a partir del momento en el que se exilia, con decisiones de estilo y composición que la alejan cada vez más de sus colegas masculinos y la colocan en su propio altar estilístico. Esa tozudez por separarse de las corrientes que circulaban por el mundo del arte y su anclaje a un modo extremadamente personal de observar la sociedad los mantuvo hasta el final de sus días, incluso cuando regresó a casa del exilio y vio que todos los que conocía ya no estaban allí y que hasta las calles que había recorrido en su juventud le resultaban perfectas desconocidas. Fue en aquellos momentos, a finales de los años cincuenta, cuando Maruja Mallo se alejó de la pintura de forma definitiva.

Pero si algo destacan todos los entrevistados, los estudiosos y los que se han dedicado a glosar la figura de Mallo, es el despampanante vitalismo de la pintora, su sonrisa perpetua y su afición por la rebeldía. “Teniendo en cuenta la personalidad optimista, vital y combativa de Mallo y su ácido sentido del humor, no es descabellado imaginar que se valiese de la ironía y de la crítica indirecta para burlarse y poner en evidencia lo absurdo”, explica la ensayista Zanetta, cuyo análisis de la obra de la pintora es de los más detallados.

En una lista que la más dedicada y exhaustiva de las biógrafas de Mallo, Shirley Mangini, reproducía en su último libro, podía leerse un decálogo en el que la artista expone de su puño y letra algunas de las claves de su éxito: “Energía, equilibrio, talento, locura metódica, talento artístico y organizador, voluntad, testarudez, constancia, larguísima y profunda línea de la suerte (…) , capaz de engañar a un jesuita, larga vida, lealtad”.

Quizá no haya mejor resumen para entender que Mallo jamás necesitó unirse a ninguna revolución: ella era la revolución. En una ocasión, y preguntada por aquellos tiempos en los que exploraba la noche neoyorquina, Maruja Mallo contestó: “En mi primer viaje a Nueva York, el gran ** Waldo Frank** me reveló que muy pronto nacería un hombre maldito, enamorado del dinero y sobresaltado por las máquinas”.

Más allá de la capacidad del hispanista Frank (por boca de Mallo) para visualizar el futuro, Guillermo de Osma tiene un consejo para quienes no puedan resistir la tentación de comprar un cuadro de la pintora: “Consúltenos y recuerde que no hay gangas. Si es demasiado bonito para ser verdad, es que no es verdad”. Y acaba con una historia que utiliza casi como una parábola: “Hace muchos años, una amiga muy querida me llamó y me dijo: ‘Guillermo, acabo de comprarme un cuadro de Maruja Mallo en el Rastro, y mucho más barato que los tuyos, ¿eh?’. Había pagado 600.000 pesetas por una obra que valía cuatro o cinco millones. Le dije que me lo trajera… Aquello ** lo habían pintado con acrílico** y se caía a trozos. Me explico, ¿no?”.

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